Por Daniel Jándula.
El terror, como el amor y el deseo, nos une a todos. Que no os engañen, criaturas: Hay que tener miedo si queremos seguir vivos. ¿Pero qué es el miedo? ¿Qué es lo que le da forma? David Monteagudo, en las crónicas de su particular amacrana -hecha de infancia y perplejidad- nos ofrece varias características del terror, diseminadas, dispersas, por los relatos que contiene su libro. ¿Qué contienen las crónicas del amacrana?
Historias de niños en el salón, sombras desde la cama, aviones de papel y un meteorito rasgando la noche. Los documentos que escondemos en nuestros archivos, esos manuscritos tan íntimos que contienen nuestros profundos anhelos, que tanto tememos que otros lean por encima de nuestro hombro.
En el amacrana no hay aves. Están todas escondidas en las copas de los árboles, y solo cantan una vez por semana. De verdad: yo he estado allí, y las he oído gritar al unísono, abriendo sus picos invisibles.
En el amacrana hay múltiples lugares de reunión. La gente se congrega porque la gente busca el miedo a la vez que huye de él. Es como la vida: cuando al fin descubres alguno de sus secretos, resulta que su canto estaba a la vuelta de la esquina, esperándonos.
Los personajes del amacrana van al encuentro de lo insólito. Hay pocos elementos, porque son seres que no necesitan muchas cosas para vivir medianamente bien. El único problema es que en cualquier momento los objetos van a derretirse y desaparecer. Por eso, la pregunta que los personajes se hacen continuamente aquí es: y ahora, ¿qué? ¿Cómo avanzar?
En el amacrana asistimos a todo lo que el miedo nos da para que lo degustemos: la pérdida de control, las sombras reconocibles pero a la vez carentes de aquellos detalles que nos brindan la seguridad de lo que hemos incorporado a nuestra identidad.
Pasad por el amacrana. Ved qué pasa. Huid de la agonía del presente en brazos de este cálido miedo.
Librería Gigamesh
Barcelona, 4 de octubre de 2017